No solo un honesto presidente
por Agustín
María Barletti -
A 120 años de su nacimiento, el perfil de Arturo Illia sigue envuelto en un nebuloso desconocimiento. Esto se debe en parte al propio personaje, quien jamás aceptó que se difundiera su accionar con fines proselitistas. A tal punto llegó su hermetismo que pocos saben que Illia vivió en Europa entre 1933 y 1934, y fue testigo del naciente fascismo al asistir a los actos públicos de Hitler y Mussolini. Hasta durmió un par de noches en un calabozo berlinés por negarse a saludar con el brazo en alto a una patrulla de las SS. Luego palpó de cerca las monumentales democracias de los países nórdicos y concluyó, por simple comparación, en las ventajas del sistema republicano.
Illia fue enviado al norte argentino a negociar con
oscuros traficantes la compra de armas de rezago de la guerra chaco-paraguaya
para defender al gobierno cordobés de Amadeo Sabatini ante una posible
intervención federal de la provincia
Tampoco que en 1955 se erigió en el cerebro de los
comandos civiles de la llamada Revolución Libertadora, usando un sistema de
claves secretas absolutamente inédito para la época, y que en esa instancia
padeció un simulacro de fusilamiento a manos de las fuerzas oficialistas. O que
no fue un médico rural, sino un investigador de primer orden que junto a
Salvador Mazza cambió la teoría vigente hasta los años 30 respecto de la lucha
contra el mal de Chagas.
Gran jugador de póquer, amante del yoga, del
budismo y del pacifismo gandhiano, Illia era un ávido lector, con sólidos
conocimientos en filosofía, artes, historia universal y cultura general. Podía
afirmar, sin dudar un segundo, qué cantidad de escuelas había en tal pueblo,
cuánto rendía el trigo por hectárea en tal localidad, o el número de fábricas
existentes en tal ciudad. Lo lograba por su prodigiosa memoria, pero también
porque durante los 65 años de militancia había recorrido cada rincón del país.
Illia guardaba entre sus sienes el árbol genealógico de la Argentina. Siempre
le preguntaba el apellido a su interlocutor para luego comentarle que había
conocido a su padre, su tío, o su abuelo, con certeros detalles al respecto.
En 1963 asumió la presidencia de la Nación con una vasta experiencia política: senador provincial por el departamento de Cruz del Eje (1936-1940), vicegobernador de Córdoba (1940-1943), diputado nacional (1948-1952) y gobernador electo de Córdoba (1962). Dos años y ocho meses duró la gestión de quien alguna vez recibió el mote de tortuga. A pesar del corto período, los resultados económicos fueron sorprendentes. El aumento del PBI fue del 10,3% en 1964, del 9,1% en 1965 y del 4,7% en los primeros seis meses de 1966. La industria creció 18,9% en 1964 y 13,8% en 1965; el sector agropecuario lo hizo al 7% y al 5,9%.
El gasto público disminuyó en relación con el PBI,
y el déficit del presupuesto se redujo de $4054,1 millones, en 1963, a $2778,9
millones, en 1965. Al mismo tiempo, la partida destinada a educación alcanzó el
24% del presupuesto nacional, la más alta de la historia, y un Plan Nacional de
Alfabetización alcanzó a 350.000 alumnos de 18 a 85 años.
En 1964, ante la dificultad para colocar en los
mercados internacionales una cosecha excepcional de trigo, Illia decidió vender
varios millones de toneladas a China Popular, aún gobernada por Mao Tse-tung.
La Argentina se convertía en el primer país de occidente en comerciar con
China, un mercado que hoy es codiciado por el mundo entero. Recién seis años
más tarde, el presidente norteamericano, Richard Nixon, viajaba a China con el
mismo fin. La operación de venta fue un éxito, con pago en libras esterlinas al
contado, a través del Banco de Londres en Hong Kong, que actuó como agente
financiero chino.
Illia sabía que el futuro estaba en Asia, y junto a
su colega trasandino Eduardo Frei avanzó en la creación de una Federación
Argentino-Chilena con capital en la ciudad de Córdoba, para que sendos países
pudiesen comercializar sus productos a través de los dos océanos. Durante su
presidencia, se logró el mayor triunfo diplomático sobre Malvinas. La
resolución 2065 de la ONU, aprobada el 16 de diciembre de 1965, instaba a los
gobiernos de la Argentina y el Reino Unido a negociar sin demoras la soberanía
de las islas. Por primera vez en muchos años se redujo la deuda externa, de
US$3390 a US$2650 millones. Luego, habría de crecer sin interrupción hasta la
fecha.
Bajo su mandato, se sancionó la ley del salario
mínimo vital y móvil. En 1965, la tasa de desempleo se ubicó en el 4,4% y la
participación del sector asalariado en el PBI pasó del 36% en 1963 al 41% a
junio de 1966.
Cumpliendo la promesa de campaña electoral, Illia
anuló los contratos petroleros firmados por decreto en la presidencia de Arturo
Frondizi. Lo hizo por irregularidades jurídicas, pero también por motivos
económicos: el metro cúbico de petróleo de igual calidad importado desde Rusia
costaba por entonces US$13,02 puesto en el puerto de Buenos Aires, mientras
que, por los contratos de Frondizi, las empresas concesionarias recibían del
gobierno US$15,20 por el petróleo argentino colocado en el mismo puerto. Sin
los contratos, la producción petrolera siguió creciendo bajo una YPF bien
administrada.
Gobernó sin un día de estado de sitio ni denuncia
alguna de corrupción. Al día siguiente de su destitución convocó al escribano
mayor de Gobierno para hacer una manifestación pública de sus bienes. Al asumir
la presidencia contaba con una propiedad en Cruz del Eje adquirida con el
aporte de cuatro mil vecinos, que contribuyeron con un peso moneda nacional
cada uno, útiles de consultorio, un automóvil y un depósito bancario de
$300.000. A su derrocamiento, el 28 de junio de 1966, seguía teniendo la casa,
pero había perdido el automóvil y el saldo de banco.
A quienes fueron a derrocarlo les dijo que no r presentaban a las Fuerzas Armadas y que eran "salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada para tomar la Casa de Gobierno". De forma premonitoria les anticipó: "Sus hijos se avergonzarán de lo que están haciendo y mañana los señalarán por haber producido horas tristes en el país". Años más tarde, la mayoría de los que participaron en el golpe expresaron públicamente su arrepentimiento.
Al día siguiente de su destitución, los asaltantes
del poder encontraron $240 millones en efectivo en la caja fuerte del despacho
presidencial. Era la totalidad de los fondos reservados que Arturo Illia pudo
haber usado sin rendir cuenta a nadie. El coronel Horacio Ballester, a cargo
del operativo, solo atinó a decir: "Para qué lo habremos sacado a este
tipo".